Doña Pascuala hablaba con otra profesora en la puerta de un aula del Pabellón del Instituo Goya. Estaban esperando a que acabáramos de entrar todos. Y yo, que soy de natural cotilla, me quedé rezagada para escuchar. En ese momento oí que le contestaba:
–¡Cómo iba a pensar santa Águeda que su fiesta se iba a hacer tan famosa!
Mi nombre, Gadea, no me gustaba. Hasta ese día no lo había relacionado con santa Águeda. Pero la fiesta de esta santa siempre me había caído simpática. Quizá porque en El Frago le hacíamos una hoguera muy grande y el panadero nos regalaba unos panecillos redondos para merendar. Las tetillas de santa Águeda que solo podíamos comer las chicas. Y los chicos, con aire picarón, reclamaban sus panecillos. Tanto me impresionaba la historia de la pobre santa a la que le cortaron las tetas que empecé a investigar por mi cuenta.
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